El abrecartas by Vicente Molina Foix

El abrecartas by Vicente Molina Foix

autor:Vicente Molina Foix [Foix, Vicente Molina]
La lengua: spa
Format: epub
Tags: Variada
publicado: 2006-08-09T22:00:00+00:00


Reich

Begoña Peiró Cholbi Calle Guillén de Castro, 77 Valencia Spain

Londres, 26 junio, 1965

Querida Bego:

Ya ha pasado lo peor, por eso te escribo. Me acabo de comer dos yogures y un caldo de lo más asquerosito, y es lo primero que tomo desde que entré en la clínica. La intervención ya está, la hicieron ayer por la mañana, y tuvo que ser con anestesia, por lo «avanzado» de mi estado. Cuando desperté de la anestesia no notaba nada, sólo una flojera, pero sabía que ya me lo habían hecho por las caras de la enfermera Maggie y de las otras dos chicas que estaban conmigo en la habitación, ellas ya «limpias». Eran dos italianas, y hoy se han vuelto a Turín. En la clínica somos en total seis españolas. Apenas hemos cruzado palabra entre nosotras. ¿De qué íbamos a hablar, del tiempo que hace en Londres? No para de llover. Con las miradas sobra para entenderse. Aunque una de Sevilla, Marta, que no parece afectada por esto, habla mucho, y está empeñada en enseñarle español a la enfermera Maggie, que sólo sabe decir «¿estás buena hoy?» y «kuirófano», que en inglés se dice, agárrate, «operating theatre».

Para Marta es el segundo aborto, y le dijo a una de Madrid que comparte cuarto con ella y está en segundo de Clásicas que abortar a tiempo es «un trámite administrativo», una «obligación moral para las tías que no quieren caer en la trampa del matrimonio burgués». Una chica valiente.

He estado llorando toda la tarde, pero no por la intervención, que sólo me daba mucha tristeza. He llorado por algo que pasó este mediodía. De repente entra Maggie en el cuarto con una sonrisa y me dice que tengo una visita. «And a very nice young man too.» Yo le dije que sería un error, que yo en Londres no conocía a nadie, y nadie sabía que estaba aquí. Pero ella dale que dale me guiña un ojo y hace entrar a mi visita, un chico bien guapo, era verdad, pero desconocido por completo, con una flor larga envuelta en papel celofán y cortadísimo, más que yo. «Es para ti», me dijo en español. «De Joaquín.» «¿De Joaquín?», le pregunté yo asombradísima, como tú seguro cuando leas esto. «Chimo», dijo entonces el chico sonriendo, como, si más que un apodo, «Chimo» fuese la palabra mágica de Alí Babá.

El caso es que Chimo, aparte de darme el dinero para el viaje y la operación, se las arregló para que un español que trabaja de guía en una agencia de viajes de Londres con la que su padre tiene relación porque le mandan ingleses que quieren alquilar casas en Jávea, Chimo se las arregló, como te digo, para que el chaval me comprara la flor, cogiera un taxi y viniera a verme con ese recado de su parte, todo pagado por Chimo, claro. Al final acabamos los cuatro llorando y riendo, Maggie, el chico español, yo y una francesa que ha entrado hoy en la clínica para pasar «el trámite administrativo».



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